LA CONJURA DE LOS NECIOS

CONJURA DE LOS NECIOS Y ALEGATO EN DEFENSA DE LOS INDEFENDIBLES.

Para empezar quiero dejar claro que estoy harto de conspiraciones, que no tenemos ningún derecho a utilizar, bajo ningún pretexto, a los disminuidos, ni tan siquiera su nombre, en defensa de no sé qué oscuros intereses.

Trasparencia es la primera obligación de las partes enfrentadas. Y cordura, algo que desgraciadamente hasta ahora ha escaseado en los distintos frentes que “esta guerra civil fratricida” no ha tenido.

Algunos dirán que hubiera sido más correcto el título de : CONJURA DE LOS NECIOS Y ALEGATO EN DEFENSA DE LOS INDEFENSOS. Pero utilizo el término “indefendible”, a sabiendas de su incorrección semántica en el contexto, para llamar la atención de que desgraciadamente todavía nuestra sociedad establece castas excluyentes, aquellas de las que no merece la pena hablar, porque no se consideran sujetos de derechos, y por lo tanto serían, en esta acepción, indefendibles; en parangón con los “intocables” de las castas indias.

Vaya mi palabra en defensa de los sin voz. Aquellos que no se pueden defender a si mismos. Y que no han podido tomar parte en esta conjura de necios.

Lo primero que quiero hacer resaltar es que necesito creer como Sócrates, Que no existe maldad en el corazón de las partes enfrentadas. Que todo es una cuestión de desconocimiento del asunto del que tratan. Por esto hablo de la conjura de los necios. Al fin y al cabo la palabra “necio” proviene del latín “nescire; es decir, el que no sabe.
Por lo tanto, no la utilizo en sentido peyorativo u ofensivo sino en la significación exacta del término.

Con frecuencia, en las escaramuzas de esta guerra, hemos presenciados ostentaciones bochornosas, despliegues prepotentes, consistentes en descalificaciones injustificadas de las partes: de mala gestión; desconocimiento de la materia; caos organizativo; intrusismo del arribista ajeno al sector (todo se aprende, cada uno tiene su ritmo de aprendizaje; aunque la ciencia, el bien hacer, no está reñido con la consulta a los subordinados ni con la exigencia de dar tiempo al tiempo. Al fin y al cabo la paciencia y la humildad son la madre y la tía de la ciencia).

Todo esto viene al caso, porque creo que la peor de todas las soberbias es la del que se creé sabio. Del que creé que sabe todo sobre una materia. Des esta crítica no quedan excluidos tampoco los técnicos, los expertos.

El ser humano constituye un todo integrado de difícil parcelación. Cualquier enfoque especializado u omnicomprensivo, demasiado ambicioso, está llamado al fracaso. Es imposible reducir a una fórmula mágica, panacea universal, el alma humana. Se requiere una acción conjunta, multidisciplinar, que integre las diferentes visiones parciales para hacerse una idea aproximada de la cuestión de la deficiencia psíquica.

El comportamiento es la expresión de este fluido inabarcable que es el alma humana. Pero el solo comportamiento y el análisis de sus trastornos no nos dice tampoco gran cosa sobre la cuestión de la deficiencia. Porque seamos animistas, organicistas u emergentistas; el soma y la psique, el cerebro y la mente, constituyen dos Mundos inter-relacionados de un Universo que es el Ser Humano (en realidad de cualquier ser vivo).

Pero más importante que todo esto ( al fin y al cabo algo que interesa más a filósofos, a intelectuales o técnicos), cada ser nace dotado de un sello intransferible e indestructible; herencia y constatación, documento acreditativo de su condición humana. Que concretamos en el término “persona”. Y que le hace poseedor de unos derechos inviolables: Los derechos de la Persona Humana.

Todos los individuos, por el solo hecho de nacer, son portadores de éstos derechos. Los disminuidos no son la excepción.

Los Derechos del Ciudadano son la expresión mínima de esas atribuciones en nuestra sociedad contemporánea. La Sociedad del Bienestar tiene la obligación ineludible de asegurarlos. Y todos tenemos la obligación de exigirlos en nombre de los sin voz; de aquellos que no pueden pedirlos. Hemos de gritar, si es preciso, para que se nos oiga. Porque las Administraciones, veladoras y gestoras de los recursos comunes, con frecuencia se hacen los sordos y ciegos ante las necesidades de las poblaciones marginales. Al fin y al cabo son grupos reducidos, que casi no votan, con poca capacidad de presión y no resultan por lo tanto un sector incómodo.

Respecto a la gestión, macro y micro gestión, de estos recursos; es decir, a escala de administración pública o a la propia de entidades y centros. Podrá haber discrepancias sobre cómo distribuir o cómo y en qué aplicar estos, desgraciadamente escasísimos, recursos. Pero ninguno está legitimado para recortar, menoscabar o hacer una utilización inapropiada o poco eficaz de los mismos. Y menos para poner en aplicación aquellas estrategias de intervención, financiera, asistencial, sanitaria, psicopedagógica, etc. Que interfiera, limite, o incluso sea sospechosa de no respetar, en lo esencial, estos sacrosantos derechos. Pues constituyen una obligación ética y moral.

El alma humana transfigura al recipiente que la contiene. Por informe, incluso por deforme que sea el envoltorio, éste espíritu transpira una belleza que únicamente puede dejar de ser percibida por aquellos que padecen el peor de todos los males. La auténtica deficiencia: LA CEGUERA DEL ALMA.

Aquellos que solo perciben la parte material, por muy adecuada y bienintencionadas que sean sus actuaciones. Por muy efectiva y eficaz que sea la gestión de los recursos destinados a satisfacer las necesidades materiales. Podrán ser saludados y felicitados por su gestión (y yo seré uno de los primeros en hacerlo). Podrán, incluso, ser dignos de encomio, elogiables y hasta dignos de promoción social: Pero su acción, constituye, en mi entender, una actuación en la sombra, a ciegas, insuficiente. Será la expresión de una ceguera parcial del alma.

Pero ya se sabe que nadie puede dar más de lo que tiene, ni ver nada que su propia alma no incorpore. Platón decía que saber es recordar. Actualizar aquellos ideales inscritos en nuestra propia alma. Por lo tanto, estos también son unos necios. Y unos soberbios, porque creen saber lo que de verdad no saben.

A veces es un recurso fácil, y aparentemente incuestionable, acudir al afecto como justificación de nuestras actuaciones. Con ello se intenta dar gato por liebre. Se nos hace creer que el afecto es un fin, cuando en verdad es un medio, que persigue objetivos en ocasiones inconfesables.

Por lo tanto, tampoco es una garantía que asegure el cumplimiento de estos derechos y obligaciones.

Así, hay quién da para recibir más a cambio. Y con frecuencia pretende cobrar en una divisa material, que creé que no se devalúa, Con frecuencia el poder, la ambición o el acallar su conciencia; cuando no buscar una salida fácil en la difícil lucha por sobrevivir en nuestra sociedad competitiva; o simplemente satisfacer su ego.

Esta constituyen algunas de las monedas de referencia. Y son el equivalente a los treinta denarios de Judas.

A veces son otras. Otros dan atención y mendigan afecto. Los más osados lo exigen o lo roban. A esos pobres de espíritu les recomiendo otra profesión; otra vocación; otros campos para sus pillajes.  Porque el nuestro es un oficio de entrega total. Supone un acto de generosidad absoluta. Incluso una renuncia.

A todos los que no tengan en cuenta estos preceptos, estas cláusulas, les llamo necios. Cualquiera que sea su rango, su rol o su posición en nuestra Asociación y le encomiendo a que lo reconsideren o la abandonen. A que no firmen este contrato, éste compromiso íntimo, que hace acreedor del más noble título que con orgullo se puede ostentar: Paladín de los derechos inviolables de los disminuidos. O les emplazo a que respondan ante su conciencia.

P.D: Por si alguien me hubiera considerado implicado en alguno de los anónimos anteriores, espero que mi castellano y mi estilo directo le haya aclarado la duda.