LA BUSQUEDA

CAPITULO I.-

Lento era el ascenso; dificultoso el camino. Entre los escarpados riscos acechaban peligrosos precipicios. Seco; polvoriento y fatigoso el viaje; que distraía a nuestro joven, sin apartarle de  su objetivo. Que entregándose con afán, soportaba con resignación el peligro; el hambre; la sed; la inseguridad de tan largo viaje, sin ninguna promesa cierta de conseguir su objetivo.

¿Qué le indujo a tan denodado esfuerzo?. ¿Qué premio valía asumir tales riesgos, sufrir las penalidades, entregarse a tan arduas tareas tan impropias de su edad, tan alejadas del celo por las mundanas responsabilidades y afanes propios de su generación.

Buscaba algo. Perseguía con empeño un objetivo. Había  dedicado los cinco últimos años de su vida a formarse y prepararse; a proveerse de los métodos, utillajes y pertrechos, teóricos y prácticos, para el buen éxito de la empresa.

Era un joven, aparentemente como todos. Algo delgado y macilento. Parecía de naturaleza más bien frágil, pero como sarmiento delgado y arrugado por las inclemencias del tiempo había tomado un cierto color entre cetrino y tostado por el viento. Tenía el pelo sucio. Y con el sol le brillaban destellos de arenas entre sus encrespados y azabaches bucles.

Con las manos huesudas y ensangrentadas, se agarraba a los salientes de los riscos en tan difícil escalada. A veces se paraban. Se erguía sobre una roca y volviéndose hacia el abismo, contemplaba el largo camino hecho y se complacía en ello. El premio a su esfuerzo. Tomaba aire. Y en su pecho se agitaba como una colmena de vibrantes élitros que purificaba la sangre y llenaban de energía sus pulmones. Entusiasmado por el paisaje, y renovado su empeño, reprendía su esfuerzo en tan afanoso viaje.

Recordaba las palabras de su viejo maestro que le decía: “Estás preparado para buscar la verdad; sal, pregúntale a la gente, indaga por ti mismo. Y nunca olvides que la Verdad es patrimonio de todos; que tienes las mismas posibilidades de encontrarla en los palacios que en las cabañas, entre aquellos que se creen o presumen de sabios, y aquellos que carecen de la instrucción necesaria. Cualquier alma limpia de entendimiento claro puede llegar a ella. Aprende de lo que veas: de las plantas, de las aves, de las piedras; pues la naturaleza es un Todo que encierra la verdad dentro de ella. No te dejes seducir por las culturas, los credos, las iglesias, que digan que se encuentran en posesión de la Verdad; pues la verdad no les pertenece a ellos, es patrimonio de Todos y de Todo. La verdad es una, pero respira en todo lo que ves. Huye de las facciones, de los partidos, de las escuelas. Todo es más sencillo que lo que escuches. Cada niño, cuando nace, nace con la Verdad en su corazón y una semilla en su mente. Para que le dé fuerza el primero, para que en su mente se desarrolle y le oriente en el laberinto, en la encrucijada de nuestras opciones. Pues necesariamente estamos obligados a decidir. Pero muchas cosas nos apartan de la verdad cuando crecemos y nos perdemos o nos pierden. Solo algunos conservan un corazón puro y una mente inquisitiva. Solo algunos tienen una autentica necesidad de entenderla y de entenderse. Tú, hijo mío has recibido ese don. Ve en busca de ella. Pues ella te será muy útil para el resto de tu verdadero viaje, hasta que el señor te acoja en su seno  y te exija que de la Verdad le hables.”

Y mientras discurría y caminaba, nuestro joven, hablaba en las plazas y en los mercado; observaba el vuelo de los pájaros; el trajín de las hormigas; el olor de las plantas, el dolor de las parturientas. Y todo le acercaba un poco más a esa Verdad, que siempre entre los dedos, como fluido sutil se le escapaba.

A ves la impotencia se adueñaba de su alma. Y la resaca de la embriaguez o el cansancio de las camas, o el hastío del poder, o la blancura de las canas conseguidas sin esfuerzo, le recordaban que ese no era el camino. Y calzando las sandalias, cogiendo el callado y colgándose la zamarra, emprendía un nuevo camino cada mañana.

Muchas veces cansado estuvo tentado de ceder, de sacudirse el polvo del camino, de echar raíces, de volver por los surcos trillados, a aposentarse y crear una familia, a tener hijos, como todo el Mundo, a disfrutar de las complacencias de la holganza, del calor de las camas y del sabor de las viandas. Pero sabía que eso no era para él, que no le complacía del todo. Que algo dentro de su alma le llamaba. Y seguía esa voz desconocida. Y con ella cuando estaba solo hablaba.

Un día decidió buscar atajos. Y se dijo: “Si la verdad es una, pero está en todo lo que pesa y respira y más de uno, entre nosotros los Buscadores, han dado con ella; ¿por qué ir tan a ciegas?. Cuando es de noche cogemos el candil que nos ilumina, ¿por qué no buscar entre los santos, los sabios o aquellos excelsos espíritus con mayor capacidad de observación que yo, para que me oriente en esta búsqueda que tantos afanes me produce?”.

Y fue preguntando por santones y por sabios. Y de todos aprendió algo. Pero también llegó al convencimiento de que, ellos, tampoco habían encontrado la naturaleza exacta de la verdad. Que, incluso, algunos se habían alejado del camino correcto.  Y que la mayoría se encontraban más  perdidos y desorientados que él. Y  unos se  remitían a otros, como si hubiera una escala ascendente de santidad y sabiduría, y en escalones sucesivos se irían descubriendo nuevas posadas donde descansa la Verdad.

Así fue recorriendo nuevos caminos y ascendiendo a nuevas montañas. Hasta que un día llegó a sus oídos la existencia de un viejo eremita sabio que habitaba en lo alto de una montaña inaccesible y que se hallaba en posesión de la Verdad.

Y gozoso por tan inesperado hallazgo, volvió a coger sus bártulos. Y despidiéndose de sus amigos se encaminó a la escarpada montaña. El camino fue más azaroso y difícil que todos lo que hasta ese momento había seguido. Y dijo a su corazón y entendimiento: “Estoy contento pues bien vale el esfuerzo. No puede ser de otro modo. A la Verdad se asciende por una empinada cuesta, solo posible de conquistar por esforzados intelectos, voluntades firmes y almas puras; por eso son tan pocos los que consiguen llegar a ella”.

Y noto que una profunda paz y una energía renovada le invadía. Y subió por los escarpados riscos con alma cansada pero con el espíritu firme. ¿Porqué, se preguntaba, algo tan esencial está al alcance de tan pocos?. Y las dudas le turbaban. Pero continuaba y se decía que si fuera preciso bajar hasta el infierno, hasta allí descendería.

Y dudaba. “¿Y si Dios desconoce la Verdad, y solo el Ángel de la maldad ha logrado descifrarla?.” Y una congoja se apoderaba de su alma. A veces sentía que las piernas le flaqueaban y se decía así mismo: “Vuelve, es posible que no quieras saber lo que la Verdad oculta; es posible que Dios tenga piedad de nosotros y nos haya puesto a salvo hasta de nuestras sospechas. ¿Y si el mayor pecado esta en querer saber lo que no debemos”.

Pero su espíritu cogía bríos y él se empecinaba. “Aléjate de mí demonio de la duda, no quieres que descubra tu punto flaco, tu tendón de Aquiles: Dios ha de ser la verdad y tú no quieres que yo descubra esa verdad tan sencilla”.

Y volvía con resolución a afanarse en su empeño. Y así trascurrían los minutos, las horas y los días. Y cada vez el camino era más empinado. Y cuanto más escarpado y difícil más crudas las dudas. Y a medida que el horizonte de su vista se ensanchaba, más recordaba y comprendía; pero también más y más preguntas se hacía.

¿Cómo será el viejo de la montaña? ¿Por qué él y solo él ha conseguido llegar tan lejos? Y se le imaginaba como un hombre fornido y gigantesco, acostumbrado a las inclemencias del tiempo, a bregar entre las zarzas y las piedras, a llevar sobre sus hombros pesadas cargas. Un Hércules de fortaleza y voluntad, un Aristóteles de la lógica y las finanzas.

Si hubiera querido conquistar el Mundo, este Robinson de las almas, este Alejandro de las armas, nada ni nadie se le hubiera opuesto, a este ganador de mil batallas. Pero su interés estaba en otras cosas. Contra otros demonios su alma luchaba.

Por fin llego, entre estas cavilaciones, a la cima de la montaña. Y divisó una estrecha entrada a una gruta, que daba acceso a una gran sala. Por donde se colaban los ligeros rayos de luz del alba, que en semi-penumbras dejaban la estancia. Y cuando hubo acomodado sus ojos a la esencia escasa, distinguió, con cierto esfuerzo, un ligero y escuálido hombre desnudo, con larga melena y poblada barba blanca., que en cuclillas meditaba, que le miro con fastidio y volvió a bajar la cara.

Le chocó lo que veía. No era lo que se imaginaba. Dudó de que aquella sombra de hombre pudiera poseer lo que el buscaba. Pero se armó de valor y venciendo sus escrúpulos con respeto le trató y dijo: “Venerable maestro, por todas partes he oído elogios de tu santidad y sabiduría, y como vivo angustiado por una pregunta y en busca de una respuesta cierta he llegado hasta tu cueva” Y como él, poco complaciente y con voz brusca le preguntara:
-“¿Que buscas?.
– (El joven contesto):” Respuesta.
– ¿A qué?
– (Y el joven): A una pregunta.
– (El viejo cada vez más incomodado): ¿Y cuál es esa pregunta?
– (El joven): ¿Cuál es la naturaleza de la Verdad?

Y el Viejo, sin alzar la cara y de una forma brusca, tomó una enorme piedra y casi sin esfuerzo se la arrojó a las manos del joven diciendo: “La verdad es esta”. Ya tienes tu respuesta. Ahora vuelve por dónde has venido y márchate sin cerrar ninguna puerta.

El joven se quedó contrariado y sorprendido y cargando a sus hombros la pesada piedra se fue por donde había venido.

CAPITULO II.-

Y nuestro joven amigo, al que por su natural y agudo ingenio, todos llamaban Hazrael, “el que penetra en la raíz de las cosas”, descendió, como pudo, entre escarpadas rocas y pronunciados abismos.

Porque si es lento y fatigoso todo ascenso, peligroso es bajar hasta la profundidad del valle. Allí, donde nuestra visión se reduce a los contornos inmediatos y cada elemento parece estar aislado del Todo y la orografía de nuestro entendimiento es de alcance corto.

Esto meditaba y aprendía Hezrael, mientras con cuidado descendía, midiendo a cada paso donde poner sus pies y extremando el cuidado sobre en donde agarrar su única mano disponible. Y siempre pendiente de equilibrar su peso, preocupado por no perder su tesoro o por precipitarse él en el abismo.

Y así llego a la conclusión, a la que siglos antes, había llegado el sabio Newton de que: “ Cuando las cosas pierden el equilibrio se precipitan por su peso en el abismo”

Y gozoso en este descubrimiento llego a entender que la naturaleza de la Verdad está en el peso de las cosas; que todo se mueve por su gravidez, y que la Verdad está preñada y da a luz al entendimiento, como la mujer da vida a la Vida. Así llegó a entender porque la vida es una carga que nos oprime y pesa; por qué todos y cada uno nos clasificamos según nuestro peso y cargo y la profunda y bella sabiduría que se encuentra en los dicho populares que solamente son la formula mas concisa y precisa de expresar la Verdad. Como la que se encuentra en el dicho de “Dime lo que pesas y te diré lo que vales” o “Vales tu peso en oro”. Y esto solo nos pone de manifiesto él por qué todas nuestras transacciones se realizan según pesas y medidas. Y es que en el fondo de todo lo aparente se encuentra siempre lo gravitante. Pues como bien sabia el profesor Einstein: “Nuestro tiempo y nuestro espacio se forman y conforman en función de las masas que más pesas”. Y como el tiempo se cierra y se curva, se concentra en el origen de toda forma pues posiblemente vivimos en el fondo de un inmenso agujero negro, que los cosmólogos llaman “singularidad” y que nos atrae irremisiblemente hacia el fondo de su abismo.

Pero estando ocupado en estas consideraciones, casi metafísicas, estuvo a punto de precipitarse porque algo le cayó en un ojo, quitándole parcialmente la visión de las cosas. Y poniendo otra vez sus pies en firme, tanteando con las manos logró asirse en extremo. Y recuperada su compostura decidió hacer un breve descanso. Y para evitar que el mal fuera a más, como acostumbra a suceder, limpió con cuidado los excrementos de pájaro, pues de tal inmundicia se trataba, y vencido el escozor y los primeros “dis-turbios”, vislumbró el ave que majestuosa planeaba sobre su cabeza en círculos cada vez más cerrados, formando un cono invertido con vértice en el infinito hasta perderse en un punto.

Y otra vez en su gozo estuvo a punto de perder el equilibrio, pues en su entendimiento dijo a su corazón: “Todo es levedad y gravedad. Las cosas pesan; todo se atrae al centro de las masas; pero el humo, el pensamiento, el espíritu, no pesan y ascienden en círculos concéntricos formando un cono invertido hasta el infinito, donde se encuentra su lugar propio o natural”.

Y así, por los derroteros de la metafísica llegó a descubrir otra gran Verdad (que los partidarios de la empírea llaman Necedad) y que el gravó con oro en su corazón, aunque desterró de su entendimiento.

Y gozoso descendía la montaña con un paso más liviano y menos precavido. Varias veces estuvo a punto de precipitarse en el abismo. Pero había perdido el miedo; tenía la ligera sospecha de poder volar y surcar los espacios infinitos. Pero como en el fondo era un joven juicioso, frenó los alados ímpetus de su entusiasmo y puso firmes los pies en tierra.

Y reflexionando sobre todo lo ocurrido llegó, por fin, al Valle cargando su pesada piedra y dio descanso a su fatigado cuerpo y sosiego a su alma.

CAPITULO III.-

Y una vez que hubo recuperado el aliento y dando sosiego a su alma, decidió descansar y limpiar sus cansados y doloridos pies en la corriente cristalina de un serpenteante arroyo próximo. Y cogiendo su pesada piedra la acerco a la orilla y seguro de su verdad se sentó en ella en la confianza de su resistencia y solidez y sobretodo en su utilidad para tan necesario menester.

Y una vez realizada la necesaria ablución del pies y con una disposición más preparada, y como era propio de él, cayó en una reflexión profunda, fascinado, casi absorto, en el fluir de las cristalinas aguas del arroyuelo.

“El Suceder es todo”, dijo al contemplar el trascurrir de las aguas del rio. “En el fluir está la Verdad: Todo es un eterno fluir. El tiempo es la esencia del Todo, como la corriente es la esencia del rio. ¿Qué es el agua, sino la sutil apariencia que se desvanece en nuestros dedos?, como la escarcha desaparece con los primeros rayos de sol de la mañana. Y si tratamos de retenerla, se escurre y vuelve al cauce. Todo lo que existe y vive se desvanece en el cauce de los acontecimientos en el transcurrir del tiempo”.

Pero fijándose más detenidamente, en el remanso del rio, cuando el agua recobra la serenidad y cesan las turbulencias, en el éter sutil que media y se dan las cosas, otra realidad contemplamos en el fondo. Se forman estructuras redondas y firmes, los guijarros, y piedras con oquedades donde se despliega la vida (peces de colores, arácnidos acuáticos, zapateros y sastres que tejen las invisibles telas, y burbujas que como perlas ingrávidas ascienden a la superficie y estallan entre chispas gozosas de nada). Y así vió que debajo de la existencia aparente subyace el medio, la base de una nueva y más real existencia. Y se dijo: “medité sobre la existencia del ser y llegue a no ser, al fluir; pero todo transcurso se ejecuta sobre un medio que permanece estable, en el que se despliega una gran variedad de seres y cosas. ¿Y si la verdad es como una pastel de hojaldre, donde un pliegue se sobrepone a otro pliegue para darle base y consistencia, como un Universo se sobrepone a otro Universo, y una dimensión a otra dimensión, como las páginas de un libro, y solo en él se contiene todo su significado? ¿Y si estas hojas están separadas por un pliegue de vacío y la Verdad es como un sándwich múltiple de ser y no ser superpuesto de diferentes sabores y texturas?:

Y mientras así, absorto razonaba, una enorme carpa salto y le golpeo en la cara. Y al sumergirse de nuevo. He aquí que vio que múltiples ondas concéntricas se desplegaban en el agua y las formas de los peces y las piedras retorcían y difuminaban. Por lo que se dijo: “siempre existe una realidad, debajo de cada realidad, y corrientes sutiles o fuerzas ignotas la deforman y conforman. La verdad es siempre apariencia y nunca llegaremos a saber que se oculta bajo el velo de la realidad última” Y su alma se llenó de una gran tristeza.

Pero como llevaba mucho tiempo sentado sobre la piedra dura. He aquí que empezó a dolerle el culo. Se levantó y sintió sus miembros entumecidos. Y una vez que hubo fortalecido su espíritu y reconfortado sus músculos cogió su pesada piedra y poniéndosela al hombro emprendió de nuevo su viaje. Pero apenas había andado unos cuantos metros gritó ¡eureka¡ “Es que acaso estoy condenado a cargar con la pesada piedra, como un asno que desconoce cúal es la naturaleza de su carga”. “El hombre mil veces tropieza con la piedra de la Verdad, y mil veces la aparta sin saber con que tropieza” ¿Qué me dijo el sabio de la montaña? Me tiró la pesada piedra y me dijo, toma aquí está la Verdad carga con ella. Pues en ella y solo en ella tengo que buscar la Verdad. Para ser más preciso, y según me dijo ella es la verdad. Pero yo ya he visto o mejor he razonado, pues la Razón son los ojos de la mente, que no es el peso; ¡Pues entonces, que oculta la piedra que haya oculto a mis ojos?. Y deteniéndose en su marcha, se sentó en un tronco y tomando la pesada piedra entre sus manos empezó a estudiarla detenidamente.

Observó primero su forma. Y razonó que todo tiene forma. Y una idea asaltó su mente:” La verdad está en la forma. No existe nada sin forma”. Es está la Verdad más evidente  Y he aquí, analizando sus propio pensamientos, encontró su forma. Y vio que no todas las formas eran posibles, si sus pensamientos tenían que ser claros y ordenados, que el rio de su discursos no corría en todas las direcciones por igual, que existían leyes de economía de recursos y de composición, y que necesariamente todo discurso obedecía a leyes de composición y de isotropía. Y que como el rio nunca va cuesta arriba, así el pensamiento se despliega siempre desde las fuentes de su nacimiento hasta los valles del sentido donde desemboca después de aprovechar los flujos de otros pensamientos, Pero pensó que trascurría por caminos ya trillados y se dijo: “He de llevar mis aguas para mover otros molinos”. Y volvió a la forma. Y halló el ella la entelequia y el isomorfismo. Y dijo que ya Aristóteles había recorrido este camino. Y se acordó de los poetas, que jugaban con la forma del pensamiento y las palabras. y se dijo :”La belleza no solo está en la forma, sino también en la libertad para elegir la forma de lo que pensamos y decimos”. La formas ocultan la esencia de las cosas que vemos, solo son necesarias para concretar el momento. Pero el momento, los momentos, son parálisis en el tiempo, tics o gestos grotescos. Yo necesito pensamientos bellos al estilo de los poetas. Y se volvió a fijar en la piedra. Y vio que no era homogénea, que estaba formada de partes, de distintos colores y texturas, y que cada parte tenía su forma, y que cada parte tenía su peso, y que el peso de cada parte era menos que el peso del Todo. Y recordó las enseñanzas de dos de sus maestros preferidos: “Lo pesado es raíz de lo liviano” (Lao Tse). “Todo se forma por suma y agregación (Zorco). Y vio, que esto también era una gran verdad; pero no la encontró suficiente. Y así dijo a su corazón: Hay alimentos suculentos, que no sacian todos los apetitos; que le voy a hacer si mi estómago no se conforma con cualquier vianda; hay manjares que son ásperos para mi delicado gusto”

Y dijo a su corazón: “Si la Verdad no está en el fluir, ni en el Peso, ni en la Forma, aunque todos ellos sean necesarios para constituir o incluso para concebir la Verdad, ¿qué es eso más sutil que subyace a su necesidad y que sin darse la Verdad no es posible?.

Y entonces le entró una gran flaqueza, una impotencia ante la pregunta y abandonándole por un instante la fuerza de su espíritu, en la eternidad del momento, perdió el equilibrio y cayó al suelo; con la fatalidad de darse de bruces contra la piedra que le servía de sostén. Así perdió el conocimiento, y con ello la conciencia del Mundo.

Cuando despertó ya era avanzada la noche y la cúspide negra y cristalina del cielo permanecía sumida en la inmensidad, alumbrada por una miríada de luces exangües, que titilaban como el último parpadeo de su conciencia.

Y se dejó arrastrar por el rio del sueño mientras su alma musitaba: ”La Verdad se oculta en el suelo de la Vida y todo lo que vemos y todo lo que oímos solo son elucubraciones de nuestra mente inquieta” Y acunado por este dulce pensamiento, trascurrió el resto de la noche, mientras iluminado sonreía y su alma se reconfortaba con tan sublime idea.

Como la oscuridad no dura lo suficiente para aliviar y aligerar nuestro espíritu sintió sobre su alma una gran carga y sus pulmones apremiaron ante la necesidad de respirar de nuevo un aire vivificador. Y presa de una nueva inconsciencia, pues había perdido el significado premonitorio de sus sueños, se dijo: “Si la Verdad no viene a mí, iré yo a la Verdad. Me acercaré a la ciudad más próxima e interrogaré a las gentes sencillas; no la buscaré en los palacios, pues andan corrompidos por el lujo; ni entre los comerciantes, acostumbrados a tasarlo todo en dinero, a no tener más Verdad que su caudal y ser ricos en cosas materiales y pobres en las del espíritu; ni entre ls sabios, pues no creo que la Verdad se encuentre entre los libros. Barrunto que se puede encontrar entre los labriegos y los artesanos ; entre el parloteo de las mujeres que lavan en el rio; o entre los juegos y las risas de los niños”.

Y fortalecido por este nuevo propósito, acarreó sus pocos pertrechos, cargó su pesada piedra y marcho de nuevo en busca de la Verdad.

CAPITULO IV.-

Después de recorrer largos y polvorientos caminos, atravesar valles y montañas, cruzar ríos y riachuelos, pisar campos desolados y ricas campiñas; exhausto, hambriento, sucio, con las ropa rota, y semidescalzo llegó a una pequeña ciudad que descansaba en una colina.

La luz del atardecer le daba un aspecto sombrío y plomizo. Un grupo de chicuelos le recibió dándole la bienvenida con burlas y piedras.  Él dijo: “Que poco podemos esperar del porvenir si así reciben al que viene a aprender de ellos, y a tratar de hacerles ricos de espíritu”.

Y su corazón sufrió la primera congoja, pues vio con claridad que la Verdad no se hallaba ni en la risa ni en los juegos inocentes de los niños, pues no eran tal; y sus corazones estaban necesariamente necesitados de rigor y disciplina. Y dijo:” ¡Dios mío cuando tendremos que dejar de recurrir al palo; cuando la educación se deslizará con facilidad por la pendiente del aprendizaje sin esfuerzo¡”

Y vio que estaba muy lejos el tiempo en que la conducta ejemplificadora de padres y maestros actuará como un bálsamo y llevará a la virtud por cómodos caminos¡ Y dijo: “¡Que necesitado está el Mundo de amor, que sobrado de rigor y desmesura,  Temó que pasaran mil años de mil días, antes de que el hombre vea renacer un solo día de esperanza¡”.  Y sufrió. Pero siguió su camino.

Y llegó a una pequeña plaza en cuyo centro había a un lado un abrevadero y al otro, y separado por un pequeño muro, un lavadero. Y como Azrael era humilde como una bestia de carga, dejó su enorme “piedra” en el suelo. Se sacudió el polvo y se dispuso a beber como un caballo; pues como a tal, le trataba la vida y en nada mermaba su orgullo. Agacho su cabeza, mejor dicho, sumergió media cara en el agua clara y con avidez sacio su sed de muchos días.

Pero cuando en ello estaba, notó que una mano se había deslizado por detrás de su hábito y con fuerza le agarró del pene; mientras oía una voz de mujer joven que decía: “¡Veamos si la naturaleza ha dotado a este caballo del enorme cipote que le corresponde, y siendo de mi gusto me dejaré montar como una yegua”.

Y entre las carcajadas del resto de mujeres que lavaban, con la mano que le quedaba libre, se levantó la falda y se agarró el coño; mientras simulaban gestos obscenos y gemía como una yegua.

Azrael, que además de casto era tímido, se dejó hacer, impotente ante el ultraje. Y una vez que su miembro perdió la fuerza escapo corriendo y con lágrimas en los ojos entre la burla de las excitadas mujeres, que como horda enfebrecida y con las faldas levantadas le perseguían. Pero como Dios al que tiene miedo le da alas, enseguida las perdió de vista; y se refugió en un pajar cercano donde permaneció asustado y largo tiempo llorando.

Pasadas una horas y con toda precaución, asegurándose de que ya no había mujeres en la plaza, volvió a por su querida piedra y reemprendió la marcha por las estrechas calles de la inhóspita ciudad, que en un principio parecía desangelada y  deshabitada.

Así llegó a una enorme plaza, seguramente la plaza mayor de la ciudad; llena de bullicio, de algarabía y de gentes de todas las razas, colores y variopintas vestimentas. El coso estaba lleno de  tenderetes y tiendas de ventas; pues parecía celebrarse una fiesta Medieval de artesanía.

Había toda clase de gentes y productos: carniceros, charcuteros, cristaleros, vendedores de quesos, de vasijas de licores y hierbas aromáticas, etc. También había tramoyistas, fonumbulistas, nigromantes, echadoras de cartas, caricaturistas y todo un numeroso elenco de gentes que se ganan la vida como pueden y comen de vez en cuando; cuando a Dios le parece o su propio ingenio se lo facilita.

Abundaban, por lo tanto, los picaros, los timadores, los charlatanes, los chulos y las mujeres de vida alegre y de semblante triste; los mutilados y enfermos pedigüeños, los niños hambrientos y aquellos que ya sin fuerzas para pedir permanecían agotados y dormidos en el suelo, en espera de que la muerte les socorriera y llevara entre sus brazos.

“Triste espectáculo para los ojos”, dijo Azrael al ver tanta miseria y desigualdad, y se quejó a su suerte de que, ante tantas multitud,  él solo pudiera fijarse en los abandonados de la Vida. Pero se dijo: “De que me quejó, ¿es que acaso sería mejor si permaneciera, como la inmensa mayoría, ciego ante los pisoteados y humillados por la vida, y caminara como sobre un lecho de flores? ¿Qué ganaría con ello mi alma? ¿De que serviría a mi espíritu semejante ceguera? ¿Puedo, acaso yo, permanecer con la conciencia anestesiada ante el sufrimiento ajeno? ¿Acaso puedo mirar hacia otra parte, o hacer como que no he visto? ¿Obviaré por feo que sea el resultado, parte de la obra de Dios? ¿Y qué le voy a decir yo qué he visto cuando llegue a su faz? ¿Es que acaso me mostraré complaciente con él? ¡No estoy yo hecho para alagar sus oídos ¡ ¡Si él me envió en busca de la Verdad, ¿estoy yo justificado para ocultar lo que he visto? ¡Que cada uno cargué con sus propias culpas, que cada uno asuma sus responsabilidades ¡”

Azrael fijo su atención entre la gente del mercadeo, y enseguida le llamaron la atención dos paradas contiguas: El hombre que vendía toda clase de serpientes, venenos, ponzoñas, filtros para el encantamiento y antídotos. Personaje de piel cetrina, enjuto, ataviado con lujosas sedas y turbante de seda de vivos colores cuya parada olía a incienso y fuertes esencias orientales  encerradas en tarros exótico que pregonaba:

“Para toda clase de sortilegios, mal de amores, enfermedades ignotas y terminales, hongos alucinógenos, analgésicos para el dolor recalcitrante, experiencias extrasensoriales, viajes a paraísos inimaginados y sin esfuerzo ni peligro, llaves para el paraíso. Evádase de sus problemas, angustias, inconvenientes; líbrese de sus enemigos sin levantar sospechas; el elixir de la vejez y de la sabiduría; para embarazos inoportunos de amoríos discretos; para el estreñimiento y la diarrea, el cáncer, la almorranas y cualquier tipo de enfermedad inespecífica; contra el dolor, contra la fatiga, contra el agotamiento; sustancias reconfortantes, tónicos, ambrosias;  contra la falta de memoria;  resalte sus capacidades intelectuales. Y por último lo nunca visto la “triaca mágica”, la sustancia de composición desconocida que como les atestiguaran los sabios doctores, sirve para todo y no tiene efectos perjudiciales”.

Junto a él, el mismo Matusalén, con  gorro turco; semblante y nariz judíos; manos arrugadas como manojos de sarmiento; y unos ojos vidriosos, pequeños y tan negros como el tizón, que se perdían  entre sus anchas y pobladas cejas como caramelos relamidos; el decano de todos los libreros, de los libros viejos y nuevos desde pergaminos a lujosas encuadernaciones ; y que  con manguitos de escribiente y antiparras redondas de aro fijo  metalizado; se desplazaba a una y otra parte de su parada e interpelaba al público diciendo:

“¿Que es un hombre sin instrucción? ¿Para qué sirve un libro? ¡Hágase más sabio y justo que Salomón¡ ¡Descubra los secretos que la naturaleza nos oculta¡ ¿Es cierto que el hombre proviene del mono? ¿Dónde estuvo el paraíso terrenal? ¿Hubo de verdad un diluvio? ¡Viaje y explore con su imaginación, lo que le gustaría conocer¡¡ Descubra los territorios que ningún pie a ollado? ¿Existen los extraterrestres? ¿Tienen alma los pájaros? ¿Es verdad que silfos, salamandras y humanos pueden copular y engendrar hijos? ¿Cuándo el hombre muere su alma puede reencarnarse en una serpiente? ¿Hace un millón de años todos los hombres eran hermafroditas? ¿Es el pene un clítoris hipertrofiado? ¿Es cierto que los cerdos son más listos que nosotros? ¿Tienen las ranas un gen que les predispone a alopecia, y es cierto que en su origen eran peludas?..etc.

Al oír tal sarta de disparates a Azrael no le quedó más remedio que reírse a carcajadas y dijo a su corazón: “Que oportuno es el azar que ha colocado a semejantes charlatanes y embusteros uno cerca del otro; pues sin duda ambos son de la misma calaña, y los productos que ambos venden tienen efectos similares sobre aquellos que sin precaución y buen tino hacen mal uso de ellos”

Y sintió una gran pena en su corazón y pensó en el mucho trabajo realizados, por los sabios, los intelectuales, los experimentadores, de estas disciplinas que ofreciendo en ello inclusos las vidas, la salud, el crédito, y todas la renuncias que fue preciso realizar para que se hiciera  un uso tan superfluo   y engañoso de los resultados de sus tan esforzados y onerosos trabajos.

Un poco más allá una vieja zíngara echaba las cartas; otra, experta en runas, leía el futuro en la disposición de las piedras; otra, licenciada en quiromancia, leía el futuro en las rayas de la mano; y una atrajó la atención a Azrael, pues no pretendía predecir el futuro, sino que por medio de una atenta mirada del iris,  donde según se cuenta queda registrado todo lo que nos ha sucedido, pretendía explicar el pasado. ¡Azrael dijo:

“Si la técnica es fiable y los clientes inteligentes, es posible que sea más provechoso, y puedan sacar lecciones de nuestra conducta que nos sean útiles en el porvenir”

Y estando en estas disquisiciones, he aquí que una cuarta se ofreció a leer y predecir el porvenir de nuestro joven por medio de las formas que se configuraban en el agua de un gran barreño; en el que con una jofaina iba vertiendo chorros de timpa espaciados de distintos colores .Azrael educado le respondió con una cierta sorna no exenta de tristeza:

“Yo mujer soy experto en leer en las nubes lo que va a ocurrir cada día, o en un plazo corto en torno de él” Y como ella le dijera, con sorna, si no lo podía hacer en un plazo más largo; él la contestó “A un plazo más largo todo presente y todo futuro es necesariamente incierto. Pero por el mismo precio yo te puedo adelanta, mujer, que hoy mismo una nigromante, por más nombre Felicísima, (y este se ve que era el nombre de la adivina) va a ser detenida; llevada ante un juez y en el mismo día decapitada”.

La mujer perdió el color; mientras efectivamente aparecía la guardia, la cogió presa y la llevó ante el juez. Y dijo Azrael en voz alta para que le oyera la multitud: “Muchos pierden su tiempo tratando de adivinar el futuro de otros y se despreocupan del suyo y del de los suyos. Se olvidan con facilidad que ningún crimen permanece eternamente oculto, y que tarde o temprano el filo de la cuchilla hará rodar su cabeza, sus hijos se morirán de hambre y su marido perecerá expuesto al sol abrasador y a las alimañas del desierto””

Luego se encaminó hacia una gran plaza donde se agrupaba la multitud, que entre suspiros y con la vista alzada contemplaban las evoluciones de dos fonumbulistas. Uno de ellos, era el equilibrista que, con pértiga para compensar en centro gravitatorio y guardar el equilibrio, se movía con paso quedo y muy precavido. El otro, el saltimbanqui, que ,con una agilidad asombrosa y muy atrevido, saltaba peligrosamente de un lado a otro por encima de la cabeza del primero, con mucha destreza y riesgo.

Al evolucionar de tal manera ponía el pie con tal precisión sobre la cuerda tensa, que hacía tambalear al joven que solo trataba del alcanzar la otra orilla .Y  entre chanzas e insultos injuriaba y se burlaba del equilibrista, que sudaba copiosamente ante el miedo de estrellarse contra el suelo. Cuanto más inseguro más crecía la osadía del saltimbanqui, y más le amedrentaba y avergonzaba  creciendo su crueldad por las risas de la muchedumbre que, dada la solidez del suelo que pisaban, se sentían seguros y se burlaban del pobre equilibrista.

Entonces irrumpió en la escena Sumhiniel, un hombre extraño de largo pelo y  largas barbas blancas; que vestía una gran túnica ancha y llevaba un zurrón de cuero colgado al pecho y un largo callado de pastor; con voz profunda cohibiendo a la multitud que se cayó en seco y mirando al equilibrista, y apiadado por él, dijo:

“Ya es hora de que el hombre derribe al superhombre. Hay que poner al descubierto y dejar atrás los falsos ídolos. Hay que dar una nueva oportunidad al hombre”

Y una gran paz inundó el corazón del equilibrista y perdió el miedo. Y el frio razonamiento de su cabeza le hizo ver que en la prudencia estaba su fuerza; y el telón de Aquiles de su adversario, era su excesivo ego, el narcisismo, y su autosuficiencia que le llevaba a depreciar al rival y menospreciar el riesgo.

También se acordó de la máxima de Yun-Sú el maestro del “Arte de la Guerra” que dijo: “Utiliza la fuerza y pericia de tu enemigo; hazlas tuyas, y le derrotaras”.

Y exagerando su miedo a la caída y fingiendo varias veces estar a punto de perder el equilibrio; con disimulo le dejó saltar varias veces por encima de su cabella, mientras crecía la chanza y la hilaridad; hasta que, bien meditada la estrategia y camuflado en el disimulo, en una de las ocasiones, y una vez iniciado el salto, movió con precisión sus caderas perfectamente sincronizadas con el ajuste de sus piernas y provocó un balanceo lateral en la cuerda.
Fue demasiado tarde para el saltimbanqui, que no pudo recalcular su punto de caída y se precipito al abismo, estrellándose contra el suelo ante el espanto de la multitud. Luego se hizo un sepulcral silencio, que aprovecho Sumhiniel para decir:

“Mirad la entrañas y los sesos desparramados y la sangre que ya no tiene cauce; no encontrareis nada extraño en este súper-hombre. Nada hay en él que no se encuentre en vosotros. El hombre no es algo que debe ser superado. Es alguien que debe superarse así mismo. Todo poder se alimenta del miedo; del miedo de los que tiraniza. El hombre es algo que debe de ser liberado. Solo en él se encontrará la llave que le abrirá todas las puertas; las puertas de los siete reinos. Ha llegado la hora de que llevemos los despojos de los de nuestros ideales a la basura,; pues todos los escombros deben de estar en el vertedero”.

Y las gentes abandonaron la plaza, cabizbajas y meditabundas. Suminihel miró fijamente con sus profundos ojos negros a Azrael  como si le quisiera trasmitir una gran enseñanza, una gran Verdad. Pero Azrael lleno de gozo y esperanza dijo a su corazón:

” Todavía no he madurado lo suficiente para semejante maestro; pero tiempo vendrá en que yo sea su sombra y él mi higuera. Tiempo vendrá en que nuestros caminos se crucen y nuestras almas se recreen en la felicidad compartida”

Y los dos sin volverse a mirar siguieron sus caminos; pues no había llegado todavía la Gran Hora del encuentro.

Azrael emprendió de nuevo su camino y fue en busca de su carga. Y mientras transportaba su pesada piedra sobre los hombros, he aquí que apareció de pronto una gran tormenta y descargo un rayo que cayó sobre la piedra, dejando a Azrael intacto y matando a todos los que había en un radio de cinco metros a su alrededor.

Ante el extraño fenómeno el gentío temeroso y extrañado rodeo al joven profeta, murmurando, estupefactos y temerosos, él se dirigió a la multitud y les dijo:

“Solo la verdad resplandece de tal modo y tiene tanta fuerza, pero los dioses no han querido que quede fulminado por ella. Seguramente es una advertencia; un primer aviso. Yo os digo si no podéis soportar tanta luz buscaros velas, pero no camineis jamás a ciegas. Caminamos en la noche de la ignorancia y no sabemos a dónde se dirigen nuestros pasos, ni que riesgos nos aguardan”

Pero luego cayó en la cuenta que la pesada piedra que todavía transportaba sobre su hombro permanecía sobre el intacta pero había cambiado su naturaleza y peso. Era dura y más pesada, presentaba un aspecto vítreo y ya no apelmazado, presentaba caras y superficies  perfectamente pulidas y angulosas (se había vitrificado). Y  tenía un aspecto negruzco y brillante, entre el del basalto y la pizarra.  Golpeando la piedra contra el suelo dijo:

“He aquì que antes era grumosa e inhomogénea; formaba un todo amorfo de arenisca y otros compuesto menores e indeterminados. No presentaba planos de exfoliación y difícilmente se podía romper. Pero ahora aun siendo más fuerte se ha vuelto más quebradiza; pues su naturaleza se ha ordenado formando sistemas o redes cristalinas, y ha permitido fragmentarse según  distintas líneas de fuerza. Así nuestra sociedad”

Pero luego cayó en la cuenta de que un gran trozo de la piedra permanecía intacto. Carecía de bordes angulosos y tenía un color y un olor fuertemente metálico gris-negruzco y muy resplandeciente. Y dijo:

“He aquí la razón de su aumento de peso. El corazón de la piedra. El fundamento de su verdad. Tanto camino arrastrando su pesadez; buscando su esencia, la razón de su verdad; y el fuego me lo trae a mí que permanecí durante tanto tiempo ciego. La luz cegó o mato a los que me rodeaban pero a mí me mostró una verdad más fundamental, más terca, de más peso; el núcleo de todas las verdades; aquello que da consistencia a cualquier argumento, el esqueleto de toda razón, el centro de todas las masas, donde se ejerce la gravidez y sobre la que se estructuran todos los campos magnéticos. Me desprenderé, desde hoy de toda la ganga, y solo trasportaré lo esencial. Si bien pensado, necesariamente será más liviano por todo lo que he dejado atrás.

Y cogiendo y cargando su núcleo metalizado siguió su camino. Hasta llegar a una plaza que terminaba en un gran templo. En los pórticos del templo se acumulaban los vendedores y hacían sus negocios los sacerdotes, que vendían estampas, relicarios, indulgencias e imágenes y reliquias de los santos, pues se trataba de un templo muy famoso de la Bien Aparecida o de la Bien Parecida, que algunos maliciosos relacionaban con un antiguo culto pagano.

Se entristeció su corazón y dijo recordando la escena en la que el Divino Maestro expulsó del templo a los mercaderes porque habían trasformado la casa del Padre en una Cueva de ladrones y de turbios negocios: “Si Jesús el Cristo levantará la cabeza con tristeza vería que solo consiguió cambiar de mercaderes y matarifes, que todo se justifica en aras a los sacrificios del Padre, pero que hasta los sacerdotes solo ponen su corazón en las ganancias. Llegará un día en que el señor cierre todos los negocios y tendremos que ir a comprar a las grandes superficies; allí donde cada hombre vende su alma al becerro de oro.

Cuando la gente le oyó que de tal forma se pronunciaba, le tomó por un nuevo profeta; o por la nueva llegada, ya enunciada del Mesías, y unos se alegraron en su corazón y otros se llenaron de espanto pero todos cantaron a coro; ¡Hosanna, Hosanna¡. Pero él se dirigió a la multitud y les dijo:

“No os confundáis conmigo, yo no he venido a redimir a nadie; yo necesito ser redimido. No quiero que me crucifiquéis de nuevo en la Cruz, pues no querría resucitar al tercer día; ya tengo bastante con una sola vida y una sola búsqueda. El que no se conforma es porque no quiere. Yo no soy el camino; yo ando por los caminos, todo lo más busco algún atajo y cuando no lo hallo desbrozo el bosque o la selva y establezco una nueva ruta, para que sea menos gravoso el camino de los afortunados que sigan mi senda”.

Pero como vio que la multitud perdía la esperanza y le dejaban solo, dijo a su corazón:

“Que niños son los hombres que, como rebaños, siempre andan en busca de la seguridad que les da el grupo mendigando guías para que les conduzcan,  aunque sea al abismo;  pero yo solo soy pastor de lobos solitarios y no quiero despeñar a ninguna criatura al abismo”.

Y vio que la cosa se ponía fea, pues los potentados y los sacerdotes, enojados porque les había fastidiado el negocio de ese día andaban tramando su perdición. Y se dijo:

”Todavía no ha llegado mi hora y el autosacrificio solo está justificado cuando se ha conseguido el objetivo y por una causa justa. Ya ha llegado la hora de que escabulla el bulto”

Y disimulando como pudo se camufló entre el gentío huyendo como perro con la cola entre las piernas, pues los cementerios están llenos de valientes descerebrados. Y así, de incognito se dirigió al barrio de los artesanos.

Y una vez atravesado el puente, vetusto y cubierto por la hiedra, he aquí que llegó a una calle empedrada, y entre las ranuras de los adoquines había abundantes restos de estiércol de caballo. Azrael libre de preocupaciones, y acostumbrado tanto a aires puros como hediondos, pues su alma ya se había curtido en lo precario y el trabajo, se dijo:

“Son los resultados del esfuerzo de las pobres y sufridas bestias, que se entregan con  ahínco y ardor, bajo la aguja de la vara y el escozor de la tralla, a cumplir fielmente su destino : el arrastre y el trabajo de las cargas”

A ambos lados de la calle se hallaban bien enfiladas casas, de porte y estructura sólida;  adosadas una a otra, como dándose mutuo apoyo, y formando una especie de larga y ancha muralla. De materiales firmes y robustos, desafiaban el paso del tiempo y las inclemencias atmosféricas como gigantes impertérritos sin inmutarse por nada, pues estaban sus faces labradas de piedra granítica o arenisca compacta y rosada.

Generalmente se acedia a ellas por grandes portalones, con puertas sólidas de madera labrada y pesadas aldabas. Casi todas, que estaban abiertas, mostraban que constaban de varias y amplias estancias, y que la planta superior descansaba sobre gruesas columnas macizas y poco o nada engalanadas.

La primera, que quedaba a la derecha de la marcha, era una espléndida casa, casi diría mansión venida a menos, de propietarios con pretensiones pero sin grandeza. Encima de la puerta, y pendiente de una gruesa cadena, colgaba un letrero de madera bellamente adornado que anunciaba: “Carpintería y funeraria. Hermanos Lezna y asociados”.

El joven que siempre había tenido interés en conocer el noble arte del trabajo de la ebanistería, entró para fisgar en lo posible y tratar de ofrecer sus servicios como ayudante,; con la finalidad de poder recuperar, en parte, sus ya menguados fondos muy necesarios para el asueto, y mantener una cierta dignidad personal;. Y como decía su venerado maestro:

“Meditar y trabajar a nadie le va a dañar; pues el esfuerzo físico contribuye a relajar las inquietudes del alma; y el esfuerzo intelectual, pone a punto los mecanismos adecuándolos a la dificultad de las tareas e impide que caigamos en la molicie al menguar el embrutecimiento”.

Pero estando en estas disquisiciones, y mientras atravesaba el pórtico, contempló la dura realidad. Y no podía dar crédito a sus ojos, ni sosegar la inquietud de su alma. Pues vio que yacía sobre una mesa de madera, toscamente pulida, el desnudo y menguado cuerpo de una muchacha, casi una niña, que hacía poco, por lo que se enteró más tarde, había fallecido y que todavía no había perdido del todo el calor de su cuerpo y el color de su cara.

Y encima de ella, violentándola y forzándola, y nunca mejor dicho, aunque ella no pudiera  resistirse, se agitaba,  excitado y embravecido y con el rostro por el placer desencajado, el maestro artesano, Don Leandro Nomecontengo. Mientras operarios y aprendices en fila esperaban su turno, mostrando sus vergüenzas sin ningún tipo de pudor e inquietos por tanta demora.

A un lado, el aprendiz más joven, excluido por las exigencias gremiales o por la arbitrariedad del maestro y los operarios; excluido, digo, del apaño y la coyunta el joven adoctrinaba su instrumento, probando la dureza y disposición de su verga agitándola con ambas manos. Le miraron todos con indiferencia y continuaron con lo que se traían entre manos.

Una vez que hubo acabado, el maestro y patrón, se acercó a él y preguntándole con tono jovial dijo:

” ¿Qué se le ofrece?
Y como quedo bloqueado sin saber que decir; continuo con un discurso bien hilvanado y no a modo de disculpa:

“En este establecimiento procuramos dar satisfacción tanto a vivos como a muertos. Pretendemos que el cliente abandone este recinto, y el mundo si es preciso, satisfecho de nuestros servicios; pues es la atención al cliente lo que da prestigio a un oficio. Solo después de estas atenciones preliminares, pasamos a trabajar la madera; según los gustos, dimensiones y necesidades. Y no escatimamos ni esfuerzos, ni dedicación para cumplir las encomiendas en el plazo exigidos y por un precio razonable”

Y como Azrael mostrara extrañeza, y por qué no decirlo, indignación y enfado, el maestro carpintero, poniendo cara de funeraria, cambiando el semblante y con el tono menos servicial y más sombrío empezó a gritar mientras los otros, acabada sus respectivas faenas, se cernían expectantes y amenazantes en torno a nuestro joven.

Recuperada la compostura el maestro, siguió con su discurso:

”Sin duda vuestra merced no ignora que estamos en guerra. En estos difíciles momentos y crueles tiempos en que nuestros ejércitos son diezmados por las malas artes y técnicas de la guerra. Y nuestros jóvenes, la esperanza de nuestro futuro, caen y se pudren en campos y trincheras. Y abandonan este mundo desolados y lejos de los suyos. Y sus almas vagan errantes, perdidas y ciegas, entre las nieblas de lo ignoto, por tierras extrañas; cuando el frio del desamparo les hiela hasta los huesos y solo el frio les cierra los ojos. Entonces buscan el calor tenue de un cuerpo en el que poder reencarnarse; a ser posible en uno de nuestra especie, y no en un lobo solitario, una culebra, o si tienen algo de suerte en algún cerdo de la piara.

En conclusión, que nuestra nación se despuebla y desmorona por las bajas y por el extravio de las almas, que al no encontrar cuerpos entre nuestras camadas, reduce nuestra natalidad y baja peligrosamente la tasa de reemplazo;  con las adversas consecuencias en la estructura piramidal de nuestra demografía.

Sabrá también vuestra merced, pues parece un hombre cultivado, que cuando fallecemos tarda aproximadamente tres días el alma en abandonar el cuerpo del fallecido;  y durante este tiempo, el alma está dispuesta para la coyunta y el parto.

Y así como un cuerpo, mediante la entrega a otro, da lugar a un nuevo cuerpo que necesita un alma nueve que lo vivifique; un espíritu antecesor que se reencarne en el nuevo fruto para  poder continuar nuestra estirpe espiritual.

Pero como bien han puesto de manifiesto los sabios teólogos de la escuela tomista, lo material carece en si del principio del movimiento y no puede tampoco dar lugar al espíritu,  según nos dice el axioma central del dualismo; entonces no nos queda más opción que creer que solo las almas engendran nuevas almas en la coyunta natural entre los grupos afines, ligados por alguna forma de parentesco de sangre o cultura.

Dejamos aparte  el hecho, de sobras conocido, de que en circunstancias especiales un alma errante puede apoderarse de un cuerpo; creando una simbiosis antinatural, un hibrido que realmente no está ni vivo ni muerto, y que como tal extiende su maldad buscando el sosiego.

Nosotros, como buenos cristianos, bien informados por nuestros doctos, y procurando ayudar en lo posible a nuestra nación y a nuestro pueblo, hemos procurado contribuir a resolver tan arduo problema; satisfaciendo además mutuamente a nuestros cuerpos y dando el placer carnal al alma de la fallecida; para que llevándose a ese tránsito este gusto, no pueda perderse y sepa dónde buscar y en quién reencarnarse”.

Azrael no daba crédito a lo que oía, y cada vez más indignado le grito:

“¡Pero porque todos y no uno¡”

A lo que D. Leandro Nomecontengo muy sereno contesto:

” Seguro que hace días que no come bien vuestra merced y vuestra mente y vuestro cuerpo desfallecen; y por eso vuestra inteligencia no razona bien y pasa por alto lo que es obvio.

Sin duda habrá oído hablar de la teoría darwiniana y de la competencia espermática. Pues bien amigo mío, no solo los cuerpos más fuertes sobreviven, lo mismo pasa con las almas. Cada una tiene que mostrar su temple, su valía, y solo se reencarnará aquella que más valga. Las otras pasaran a ocupar el destino de los desempleados, serán almas errantes; destinadas a vagar eternamente en el limbo, en la tierra de nadie de las sin oficio; almas en espera de una oportunidad o para siempre desterradas del sistema.

Pero hay un auténtico “ower woking” de almas solitarias. Los campos están llenos de estas almas desoladas que vagan sin destino por las noches como jaurías entre lastimeros aullidos, gritos, y rabias. Unos las llaman “almas en pena”; en las tierras del norte las llaman la “santa compaña”. Conviene alejarse de ellas, con el rabo entre las piernas, como alma que huye del diablo”

Y en mencionándolo, el maestro, y todos los operarios y aprendices, con temor en el rostro y sin fingimiento alguno, se santiguaron con gran devoción.

Como alma que lleva el diablo salió Azrael corriendo del aposento, sin dar crédito a lo escuchado. Y medito durante largo tiempo, una vez que la ligera brisa que soplaba desde la montaña le hubiera devuelto el calor y el color a la cara, a que extremos lleva el sincretismo absurdo en las mentes toscas y los híbridos monstruoso que se engendran en la mente de los individuos cuando tratan de conjugar superstición, religión y ciencia.

Y salió de allí con el convencimiento claro de que allí tampoco se encontraba la verdad. Y sin más demora viendo que ya había anochecido se fue a buscar alojamiento,